Advertencia: no hay ninguna diferencia entre el texto que viene a continuación y la paliza que te podrÃa dar tu cuñado contándote su último viaje. Lo admito y lo reconozco. Estás a tiempo de borrar este email, que ya vendrán mejores. Si te quedas leyéndolo, es bajo tu cuenta y riesgo.
Escribo este texto unas horas después de visitar el cementerio de Montparnasse, en ParÃs. Planificando los dÃas que iba a estar en la ciudad, este punto se convirtió en algo innegociable. Montparnasse, sin yo saberlo hasta hace un mes, era mi lugar de peregrinación, como para muchos Jerusalén o La Meca.Â
Probablemente sólo sea en mi mente, pero esta mañana habÃa un aura especial: un dÃa frÃo y nublado de abril que te hace olvidar la primavera, los cuervos revoloteando y posándose sobre los muros y las lápidas, ese anciano con bastón que muy amablemente y con paso firme, dando rÃtmicamente bastonazos sobre la hierba que eran el único sonido que se oÃa en el cementerio, nos ha guiado a la tumba de Julio Cortázar, para luego desaparecer, como si se desvaneciera. Hoy es Lunes Santo, otra casualidad más en esta historia con mi lugar de peregrinación.Â
He oÃdo decenas de veces la cita de Steve Jobs de «sólo podemos conectar los puntos mirando hacia atrás». Visitar hoy Montparnasse es un ejemplo de cómo los puntos terminan conectando: un cúmulo de casualidades a lo largo de los últimos meses que terminan confluyendo en un grupo de personas, que casualmente han aparecido de una u otra manera en el mismo momento vital (todos en menos de un año), que están enterradas en el mismo lugar, y que también casualmente está en la ciudad que tenÃa prevista visitar. Jean Paul Sartre, Simone de Beauvoir, Samuel Beckett, Julio Cortázar y Emil Cioran son estos puntos.Â
Emil Cioran fue el último, pero con él empezó todo.Â
De ésto hace sólo unas semanas: fue el 8 de marzo por la mañana, con el viaje a ParÃs totalmente organizado, a falta de tres semanas.
Normalmente, desayuno viendo Twitter y revisando si hay algo nuevo de unos cuantos columnistas a los que me gusta leer. AsÃ, di con este tweet:Â
Automáticamente pensé «joder qué bonito escribe este tÃo, seguro que será del siglo XIX, voy a ver qué tiene». Descargué Silogismos de la amargura y la cabeza me explotó. Cioran no era del siglo XIX y Silogismos de la amargura es uno de los libros más oscuros que he leÃdo. En pequeños textos y frases cortas, es decir, en formato tweet pero de 1952, Emil Cioran te hunde en 120 páginas de pesimismo, amargura (el tÃtulo no engaña), dolor y en cierto modo, arrogancia ante ellos.Â
El libro me atrapó y me vapuleó hasta el punto de llevarme interesarme más por ver quién era este tÃo. Filósofo rumano, enterrado en Montparnasse, ParÃs.Â
El nombre de Montparnasse me sonaba, y no sabÃa exactamente de qué, hasta que buscando más información di con la parejita, una vez más:Â
La tumba de los filósofos Jean-Paul Sartre y Simone de Beauvoir es de color marfil, pero destaca sobre las demás por el tono rosáceo que ha ido adquiriendo a base de besos estampados por muchos de los seguidores que todavÃa la visitan.Â
La historia de esta pareja es muy particular, por llamarlo de alguna manera. Hace un año me empecé a amargar la vida leyendo cada vez más sobre existencialismo, la corriente filosófica con la que más podemos identificarlos.
Esta corriente, que me absorbió en una espiral que dura hasta ahora, me acabó llevando (a parte de casi a la depresión) directamente al ParÃs de mitad del siglo XX, donde me podÃa imaginar perfectamente a estos dos, junto a Albert Camus confabulando, escribiendo, discutiendo, amándose u odiándose. Todo a la vez, dejando también una gran colección de obras y reflexiones que siguen siendo oro, y en el caso de Simone de Beauvoir, todo un marco teórico y mucho camino hecho para el movimiento feminista de años posteriores. Visitar el lugar donde descansan y rehacer sus pasos hacia el Cafe de Flore ha sido hoy mi procesión particular.Â
A unos metros de Sartre y Beauvoir, descansa el argentino Julio Cortázar. Tengo que reconocer que con él todavÃa no me he atrevido, por mucho que me haya tentado en diferentes ocasiones. Oà hablar de Rayuela por primera vez hace unos años. Alguien, no recuerdo quién, me dijo que «era un libro muy complicado, y habÃa que estar muy atento para entenderlo». Esas palabras me coaccionaron hasta la actualidad.
Casualmente (siempre con Montparnasse todo es casual), Rayuela y Cortázar volvieron a cruzarse hace unos meses en mi vida para tentarme, primero en una conversación sobre literatura que terminó con el libro en mi estanterÃa y después leyendo una entrevista de Manuel Jabois a Mario Vargas Llosa, en la que recuerda sus dÃas en ParÃs con Julio Cortázar, mientras escribÃa este libro que tanto me acojona. Si después de la visita de hoy no es un buen momento para atreverme por fin a caer en la tentación, no puedo volver a peregrinar Montparnasse nunca más.
Fiel a su estilo, justo en la otra esquina del cementerio, reposa el escritor irlandés Samuel Beckett, que casualmente (siempre casualmente) también apareció en mi radar por primera vez, de la nada, hace pocos meses.Â
A Beckett ya lo saqué a relucir cuando escribà Don’t try. No está de más recordarlo en pocas palabras: unos gilipollas han tergiversado su «fracasa mejor» para utilizarlo como un eslogan de positividad barata y tóxica. Aprovechando la peregrinación a Montparnasse, tenÃa la obligación de ir a contárselo, más todavÃa tratándose un escritor que hizo del pesimismo su estilo.Â
Con Beckett me pasa una cosa curiosa: la primera vez que escuché sobre este autor no fue por lo que habÃa escrito, sino porque leà un artÃculo sobre André el Gigante (el que se liaba a hostias contra Hulk Hogan), en el que se contaba que Samuel Beckett lo llevaba al colegio. La estampa es digna de una de sus obras.Â
Igual que la religión católica tiene Santos para copar los 365 dÃas del calendario y no conocemos a muchos, Montparnasse alberga en sus muros a decenas más de escritores (como Baudelaire), filósofos, músicos y celebridades que la casualidad (de momento) no ha cruzado en mi camino.Â
Sólo espero seguir estando atento, seguir aprendiendo, seguir sintiendo la curiosidad por encontrar (¿o la palabra era inventar?) estas y más casualidades. Que sigan apareciendo esos puntos que pueda luego conectar a posteriori.
Hace 8 años estuve en ParÃs por primera vez. Montparnasse no existÃa. Muy probablemente estuve paseando junto al muro de piedra que me separaba de Sartre, Beauvoir, Beckett, Emil Cioran y Cortázar y simplemente vi eso, un muro de piedra. Sólo aspiro a volver a los sitios y seguir aprendiendo a ver más allá donde antes sólo habÃa un muro de piedra.
Lo bonito de saber cosas, de aprender, es el poder que te da para inventarte tus propias casualidades.Â