Admiro a Nina Simone. Amo Ain’t got no, I got life y la escucho a menudo. Me fascina su legado como cantante y como activista contra el racismo. Pero no me cambiaría por ella ni un segundo.
De las casi dos horas del documental What Happened, Miss Simone? hubo una frase que me caló muy hondo. Ya no recuerdo la ciudad en la que nació Nina ni el nombre de su hija, pero sí esas palabras escritas en su diario que desde entonces, ilustran en mi cabeza el concepto de vía negativa.
“Estoy en el Carnegie Hall, pero no tocando a Bach”.
Si nunca habías oído hablar del concepto de vía negativa, hay un tipo muy inteligente del que puedes aprender más que de mí, que se llama Charlie Munger y que lo ejemplificó de esta manera: "Dime dónde voy a morir y nunca iré allí”
La vía negativa es un atajo muy eficaz para tomar decisiones. En un mundo donde cada vez hay más opciones, saber qué no elegir ya significa mucho. Joan Tubau, al que también merece la pena conocer y leer, lo define así:
"Todo aquello que amas, tarde o temprano, termina decepcionándote; todo aquello que odias encuentra nuevas formas de disgustarte. Te cansas de lo bueno y te quedas atrapado en lo malo y solo la vía negativa, en la renuncia consciente, te permite escapar de la eterna espiral de ardor y delirio. Es un viaje sin rumbo ni propósito, siempre en compañía del sufrimiento, en el afortunadamente breve camino hacia la muerte y el silencio. La vía negativa tranquiliza el espíritu insaciable, silencia ese demonio que llevas dentro, es el pilar del bienestar emocional”.
Y la imagen Nina Simone en abril de 1963, a los 30 años, unas horas antes de cumplir su sueño de actuar en el templo de la alta cultura americana: el Carnegie Hall de Nueva York, escribiendo en un diario con todo el dolor del mundo: “Estoy en el Carnegie Hall, pero no tocando a Bach…” es mi lugar donde voy a morir al que nunca iré.
De Nina aprendí que, en realidad, todavía no sé lo que quiero ser de mayor, pero sí lo que no quiero:
Tener éxito, reconocimiento, dinero, vivir de lo que me apasiona y aun así no tener suficiente, o peor aun, que el éxito, el reconocimiento y el dinero sean grilletes dentro de una prisión de oro y que vivir de lo que me apasione finalmente me acabe convirtiendo en esclavo de lo que se me da bien hacer.
Mi vía negativa, el final del camino que nunca debería tomar.
Pero Nina Simone tomó ese camino. Y yo, que no lo quiero tomar, probablemente también lo haya hecho, o lo vaya a hacer. Y tú, que lees esto también. Porque el hecho de nunca tener suficiente forma parte de la condición humana, y conocer cuál es tu vía negativa es una ayuda, un primer paso, pero no te da una hoja de ruta para escapar de ella.
Hace 200 años, cuando empezamos a guerrear menos y pensar más, ya le dábamos vueltas a este tema. Los filósofos existencialistas (a los que no te recomiendo leer si estás bajo de ánimos), con Schopenhauer a la cabeza, nos empezaron a mostrar por qué estamos abocados a terminar en la vía negativa:
Los seres humanos somos auténticas máquinas deseantes. Deseamos incansablemente y, tras la satisfacción de un deseo, espera siempre uno nuevo que a su vez busca ser satisfecho; una dinámica que nos vapulea y maltrata sin descanso y que nos sitúa entre dos polos inevitables: el sufrimiento y el aburrimiento.
“Solo hay un error innato: pensar que existimos para ser felices”.
Y Nina cayó en esa error 150 años después, y nosotros seguimos cayendo, todos, 200 años después. Y mientras más avanza la sociedad, más y peor vamos a caer; detrás de ese ascenso, ese aumento de sueldo o de pechos o ese coche que vamos a pagar durante los próximos 15 años, para ser felices, pero solo fugazmente, porque ya sabemos que Schopenhauer tenía razón, y que no estamos programados como especie para ser felices.
Y si no tenemos suficiente con el contexto social y la educación que recibimos en los países más desarrollados, que nos predispone (o prácticamente nos obliga) a buscar la felicidad a toda costa, y a buscar siempre el chute de dopamina que nos haga sentir placer, también hay una trampa estructural en nuestro propio cerebro:
Anna Lembke es una psiquiatra y profesora en Stanford, autora del libro Dopamine Nation, que concluye con la hipótesis de que el dolor y el placer guardan una relación muy estrecha, tanto que se pueden llegar a confundir en la sociedad actual con demasiada frecuencia, algo que no es difícil, entre otras cosas, porque dolor y placer se procesan en regiones cerebrales superpuestas.
Y así es como la neurociencia abraza y refuerza 200 años después las ideas de los filósofos existencialistas.
Quizá ese fue el motivo que desencadenó que Nina Simone sintiera ese dolor antes de actuar en el Carnegie Hall, como siempre soñó.
O quizá solo podía pensar en que ella en realidad no era cantante y solo quería tocar el piano, que su carrera en el jazz comenzó como una situación circunstancial, por mera supervivencia; que esa no era su vida porque su vida era interpretar a Czerny, Rachmaninov, Lizst y por supuesto a Bach, y que lo único que la separaba del éxito como pianista clásica en los Estados Unidos de los 60’s era simplemente su color de piel.
Sea como fuere; el dinero, una carrera que aun recordamos, la admiración del mundo entero, una casa de ensueño o llenar el Carnegie no fueron suficientes.
No tocó a Bach.
Y me mostró el camino de “mi” vía negativa.