“En la soledad, crece todo lo que uno lleva consigo, incluyendo su bestia interior. Por tanto, es únicamente aconsejable para unos pocos.”
Friedrich Nietzsche.
Voy de cara desde la primera línea. Soy la persona menos indicada para escribir sobre la soledad.
Que escriba sobre la soledad alguien que pasa cerca de diez horas diarias exponiéndose a decenas de personas, que permanece hiperconectado vía redes sociales prácticamente todo el día, y cuyos auriculares son una parte más de su cuerpo, para estar acompañado por la música que necesita en cada momento vital, puede sonar hasta fraudulento. Que mi visión está muy sesgada, por supuesto. Mi soledad no es la misma que pudo sentir Nietzsche, Schopenhauer o cualquier filósofo existencialista. En mi contexto, simplemente busco mi soledad, la aprecio y la utilizo como un refugio al que siempre vuelvo.
Nos ha tocado vivir en una sociedad con una marcada tendencia a patologizar y medicalizar cualquier problema que va a sucedernos por el simple hecho de estar viviendo una vida. Si no lo es ya, la soledad será pronto un trastorno más. Habrá personas que se sientan cómodas con una etiqueta clínica para su soledad, y seguro que también se comercializará la medicación ideal para este cuadro clínico.
Antes de llegar a este punto, es importante abordar el tema de la soledad siempre con ciertos matices. Y aquí se da uno de los pocos casos en los que nuestro idioma no abarca estos matices, al carecer de la palabra para un concepto que, por ejemplo, sí que la tienen en inglés. Lo que para nosotros es la soledad, para los angloparlantes puede ser loneliness o solitude. Y como con el colesterol, podemos simplificarlo y decir que hay una mala y una buena.
Loneliness es la soledad no elegida, esa falta de la habilidad para conectar, ese autoaislamiento, incluso cuando estás rodeado de gente. Los sociólogos la catalogan y la diferencian en emocional y existencial. No seré yo, que ni soy sociólogo, ni psicólogo, el que haga una descripción más exhaustiva, y Dios me libre de dar la receta para prevenirla o tratarla. Todos vamos a pasar por este estado de loneliness en algún momento de nuestras vidas, y solo nos queda tener a mano o saber dónde encontrar las herramientas (y aquí no va a ser) para remar contra esta corriente, y no dejar que nos arrastre sin retorno posible.
Solitude es la soledad que elegimos. Y esto es algo que muchos no entienden, o que confunden con loneliness. Porque en nuestro entorno, una persona que decide estar sola, simplemente está sola, ya que nuestro lenguaje no nos da mayor contexto y nuestra tendencia va a ser la de conjeturar ese contexto de la persona que decide estar sola. Nos va a costar entender eso de la solitude, porque hemos leído y oído miles de veces el mensaje de que somos animales sociales (que lo somos), y es difícil de compatibilizarlo con el hecho que haya algunos ejemplares de nuestra especie que necesiten y decidan aislarse.
El arte, la literatura y la música le deben mucho (no sabremos si tanto como a las drogas) a la soledad de los genios creativos. Aristóteles, Marco Aurelio, Schopenhauer, Montaigne, Nietzsche o Dennett escribieron sobre cómo el hombre que domina la solitude es lo más parecido que existe a un hombre libre. Muchos de estos pensadores esperan que en la soledad tenga lugar una metamorfosis que nos haga receptivos a verdades superiores. Menos Montaigne. Para él, es mucho más sencillo. Su finalidad es vivir con más tranquilidad y más dichoso. Y yo, sin ser Montaigne, comparto totalmente su punto de vista sobre la solitude, tanto como comparto el del escritor portugués Fernando Pessoa, que no lo pudo definir mejor en este texto de su Libro del desasosiego:
La libertad es la posibilidad de mantenerse aislado. Eres libre si puedes apartarte de los hombres, sin que te obligue a recurrir a ellos la falta de dinero, o la necesidad gregaria, o el amor, o la gloria, o la curiosidad, cosas que ni del silencio ni de la soledad pueden alimentarse. Si te resulta imposible vivir solo, es que naciste esclavo. Puedes poseer todas las grandezas del espíritu, todas las del alma: serás un esclavo noble, o un siervo inteligente, pero no serás libre.
Únicamente cuando estamos solos, podemos ser nosotros mismos. Lejos del ruido, aparece la claridad para pensar, para enfrentarnos a nosotros mismos, para distinguir lo que es real en nosotros y lo que es la máscara con la que salimos al gran escenario que es el mundo al que nos enfrentamos. Necesitamos desarrollar nuestro mundo interior, para poder enfrentarnos al exterior. Cuando no temamos a la soledad, cuando dominemos la loneliness y la convirtamos en solitude, seremos competentes para estar solos. Y solo así, aprendiendo a vivir con nosotros mismos, seremos un poco más libres.
Pero, como aprendiz del arte de la solitude, necesitaré un segundo volumen para seguir desarrollando este tema, porque me estoy quedando muy largo (y denso).
Nos vemos pronto.
Te digo que no existe para el hombre preocupación más atormentada que la de encontrar a quien hacer ofrenda, cuanto antes, del don de la libertad con que este desgraciado ser nace.
Los hermanos Karamazov